29 mar 2017

Ella

¡Buenas tardes!
¿Cómo estáis? Espero que muy bien y que tengáis tantas ganas como yo de ver como empieza la historia que Patt y yo estamos preparando. Hoy os voy a dejar la primera parte desde la vista masculina.
El próximo Domingo día 2 de Abril, Patt os dejará la primera parte desde la vista femenina.
¿Estáis listos? Allá vamos.

El sonido de una carcajada rompió el aire y se elevó por encima del ruido de la música y de la muchedumbre que hablaba en aquel bar. Daniel estaba con sus tres amigos de toda la vida, en su bar favorito y riéndose como hacía tiempo.  Se estaban poniendo al día, ahora los cuatro tenían trabajos que les robaban las horas y les impedía verse todo lo que les gustaría, por eso se reunían cada sábado en este lugar. Era su ritual. Pedían cerveza, cenaban lo primero que veían en la carta y seguían bebiendo, hasta que uno de los cuatro decía que se tenía que marchar. Siempre se iban primero los que tenían novia. Así había sido Daniel hasta hacía cinco meses. Pero ya no. Ahora era de los que apuraban la cerveza hasta que no quedase ni una gota en el botellín, prefería más escuchar que hablar sobre él y ya no era de los que se acostaban con una chica el primer día y al día siguiente la olvidaban. La marcha de Andrea le había cambiado, ya no le dolía, había aprendido a vivir sin ella. Movió la cabeza y se dio cuenta de que ya no tenía cerveza. Ni siquiera se había enterado de que se la había terminado.

 ― Voy a por más. ¿Queréis algo? ― Dijo más por decir algo que por cortesía. Sabía que enseguida se iban a ir todos y le iban a dejar solo.

Una vez en la barra, pidió su quinta cerveza o quizá ya fuese la sexta. El camarero le miró con un gesto de advertencia, pero a Daniel eso le daba igual. Mientras siguiera teniendo dinero en el bolsillo, iba a seguir bebiendo. Ya pensaría luego como volver a casa. Cuando estaba dando el primer trago, sus amigos se acercaron para decirle que se marchaban. Ya era casi media noche. Le decían que se fuese ya, no querían dejarlo solo, pero que si se quedaba les avisase por mensaje cuando llegase a casa. Daniel asintió y cuando los vio marchar apretó los dientes. Si tanto se preocupaban por él ¿Por qué no le preguntaban cómo se encontraba? Se sentía perdido en medio de un laberinto sin salida. Andrea no estaba. Y se decía a sí mismo que ya no le dolía. De hecho, la había visto con otros chicos y se alegraba por ella. Pero su marcha había hecho que se perdiese y no sabía encontrarse. Volvió a mover la cabeza, no le gustaba pensar en ella. Se terminó el botellín de cerveza, dejó tres euros sobre la barra y se encaminó a la puerta para salir mientras se ponía la chaqueta de cuero. Cuando estaba a punto de atravesar la puerta, una chica que hablaba con su amiga se chocó contra él. Daniel se disponía a pedirle perdón, pero las palabras no le salieron. Se quedó mirando a los grandes ojos de ella. La chica los tenía de un color azul intenso, como si le hubiera robado al mar sus olas, olas que acababan de chocar contra el color marrón de los ojos de Daniel. Tras el primer impacto, Daniel salió del bar y una sonrisa apareció en su cara. Ya tenía un nuevo motivo por el que volver el sábado que viene al bar. Buscar el azul del mar en medio de Madrid.

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